Llevo dentro
de mí un ser triste escondido,
camuflado detrás
de carcajadas que compré en una baratija
con las
cuales me hice de algunos amigos.
Sigo con
este grito en las entrañas,
lo he
guardado tanto tiempo, que hasta ni me acuerdo
desde cuánto
está allí.
Tampoco sé
si llegará el día en que me atreva
a dejarlo
partir.
El ser
triste, temeroso, me mira de soslayo,
como queriendo
develar un secreto mucho tiempo guardado,
y yo temo
invitarlo a seguir.
Normalmente
las verdades duelen,
aunque sea
el precio para ser libre,
no siempre
estamos dispuestos a pagar.
Está bien,
luego de unos minutos decido correr el riesgo,
pareciera
oportuna la frase: “No tengo nada que perder”,
pero más
real sería: “Aparentemente, no soy mucho que perder”.
Mi grito
contenido se presta a escuchar,
cree haber
encontrado la oportunidad
para salir
airoso a mostrarse al mundo,
hasta que
por fin…
mi lado
triste me dice algo al oído:
“¿Por qué nunca
me dejaste partir?”
Hasta ese
momento, no había caído en cuenta,
que aquella
persona triste había querido dejarme hace tiempo;
pero yo, en
el fondo de mi ser,
le construí
un aposento, invitándolo a quedarse
hasta una
próxima etapa de mi vida.
Hay cierto
placer en la tristeza,
para los que
hemos sabido sufrir.
Hoy me doy
cuenta que no he aprendido a despedirme
de la melancolía,
y mi grito se quedó mudo con aquella revelación,
y nuevamente
se ha escondido en mis entrañas.