Cautiva de las promesas que una vez le hizo, bañada en la sal del mar que alguna vez la cobijó, regresa ella, triunfante, altiva, dejando gotas de sudor en la arena, sellando el camino que la trae de regreso y que no la verá jamás partir.
Él la espera con la mirada llena de júbilo, sus manos han ansiado este momento y se levanta dispuesto a caminar, siente una nueva brisa, su olor, su luz invadiendo nuevamente aquel espacio, aquel espacio construido para ellos antes de su partida.
Ella camina lentamente, su cabello se resiste al viento y de repente esboza una sonrisa, sus ojos se hacen más pequeños, él reconoce esos ojos de canica, reconoce su mirada triste, aún cuando sonríe, él la reconoce, sabe que la amó y que ese amor nunca dejó de ser tan fuerte como el día de su partida.
Su aliento se cruza, no hay palabras qué decir, las miradas del encuentro se vuelven eternas, las caricias enmarcan el momento volviéndolo inolvidable y de pronto cierran los ojos y se entregan en un abrazo que los deja sin aliento. Su pecho se resiste, se alejan para acercarse nuevamente ahora con un beso, él la toma del cabello, ella se entrega al nuevo inicio de aquella historia escrita en piedra, y con ese beso renuevan la promesa de estar juntos, hasta la mañana siguiente, hasta el fin de sus días, hasta en sus sueños con el viento y con el mar.