Princesa onírica, te has quedado varada en la orilla esperando una
nueva ola. La arena te ha cegado y crees todos los días ver sol donde sólo las
luces de los botes se burlan de ti al pasar.
Princesa ilusa que sigues creyendo en el amor, todos los días el agua
borra tus poemas y destruye tu castillo, queriéndote dar una lección, pero
hasta hoy no has aprendido.
Cuando caminas descalza las gaviotas lloran de pena, allí va,
esperando un corazón roto que curar, un alma triste como ella para hacer el
último hechizo que les recobre la vida, pero tantas huellas se han borrado como
pasos lentos sigue dando aquélla de cabellos largos.
Triste princesa de ojos de canica, llevas el vestido desgarrado de
desilusión, por dentro sigue aún latiendo un débil corazón, y aquellos recuerdos
de sonrisas se pasean desde la orilla hasta tu malecón.
Quisiera abrazarte, pero mis piernas no pueden llegar a ti, no te has
dado cuenta de un horizonte enamorado, un horizonte que no puede acercarse y se
resigna a verte caminar dolida por no encontrar el amor.
Las gaviotas me cuentan tus secretos, princesa color canela, he
llorado con tu llanto, sonreído con tu risa, y me he quedado dormido al ritmo
de tus suspiros.
Mi princesa, mi ilusión, ni un solo día ha dejado de herirme tu
desazón, quisiera tener un corazón como el que deseas para volver a verte reír,
quisiera ahogar tu llanto con mi marea, y enseñarte a dormir con la media luna
en tu rostro. Quisiera poder hacerte feliz; pero he llegado a resignarme,
seguiré siendo el horizonte que te vea a lo lejos, que comparta tu vida con los
cuentos de las gaviotas, que lave tus pies con unas leves olas, que te acaricie
con la brisa del sol y alumbre tus noches con luna llena.
Mi princesa onírica, ni un solo día he dejado de compartir tu dolor, y
aún mayor es al ver que nada puedo hacer para que compartas conmigo este infinito
deseo de verte feliz.