Extraño aquellas noches en que dormía al compás de tus cuentos, el que se detenía con mis pequeños dedos al pasar las páginas de los libros era el ganador, el que se dejaría atrapar por tu voz, el que se apoderaría de mis sueños, el que recrearía dando la batalla hasta que mis ojitos, sin más poder, se rendirían a los pies de Morfeo.
Extraño aquellas noches en que acariciabas mi frente y me dabas un beso, en que era tu morenita, la doña "supongamos", la doña "y por qué". Extraño tu risa, tu mirada de soslayo símbolo de reclamo, tu tarareo acompasado por uno que otro bolero, tus caderas graciosas, y nuevamente tu risa, eterno resplandor de una vida feliz, con marcas profundas, pero feliz.
Me he sentido una niña, triste, sola, será por eso que evoqué aquellas imágenes de mis noches de ensueño con mi madre contándome un cuento, no importaba si era repetido, era su voz, era su calor junto a mí, su cobijo, su protección... era eso, su protección, la que ahora he añorado tanto.
Han pasado momentos tan duros, tan tristes, y en aquellos realmente dolorosos sabes aparecer, dar un abrazo fortalecedor e invitar a seguir adelante, me regalas una esperanza, un deseo renovado de continuar, una energía pura, un nuevo cuento donde el final feliz lo escribe uno mismo.
Hoy me he visto recostada en mi cama contigo al lado, me he dormido con tu voz de arrullo, y tu cobijo me lo ha regalado un peluche encantador.
Te amo.
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