La luna nos acompañó de regreso,
dejábamos atrás algunos recuerdos, pareciera que también dejamos nuestro amor.
La soledad se paseaba por mi
rostro, humedeciendo el momento en forma de lágrimas que rápidamente se
extinguían con el roce de mis dedos. No quería ser infeliz.
Los días siguientes fueron
tristes, pensaba en la utilidad del dolor ajeno, como muestra del dolor propio
y me decepcionaba esa actitud. Me decepcionaba estar dentro de una historia en
donde ser lastimado era igual a lastimar. Quería que se detenga, y la decisión
de ser feliz me empujaba a poner un alto al dolor.
Me sentía débil, el perder poco a
poco las partes importantes de tu vida, aun cuando crees que no lo mereces, es
una dura experiencia, pero es así, la vida también es dolor, el dolor es
inevitable, como alguna vez leí, sin recordar la segunda parte… el sufrimiento
es opcional.
Había intentado que volvieras,
había desprendido de mí el dolor propio para entender el tuyo, la miraba abajo
lamentando el mal momento, y por dentro el dolor propio que quería ser
entendido por ti.
Me fui, te fuiste, las despedidas
son largas cuando uno no está seguro. Cuando a un metro de distancia todo se ve
tan empañado, y la pena allí esperando, y el cuerpo que no reacciona. No se llega a
escuchar ningún adiós.
A veces, el adiós ya no es
necesario. Hay que recordar la segunda parte de aquella frase: el sufrimiento
es opcional… y continuar tercamente ese deseo, cada vez más difícil, de ser
feliz.
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