La jungla de mi pasado me aprisiona, vivía
cubierto del manto de tu perfidia, me aferré a un amor pasajero, una belleza
detrás del biombo de mi amargura, en medio del paisaje inhóspito que me
invitaba a seguir, ciego, sordo, tan sólo con sentir el murmullo de tus
infamias, de tus mentiras, escapando al final escrito en la jaula de mi bravura
con la bandera flameante de un inevitable adiós.
Sé que no lograré tu amor, lo sé, lo supe
desde aquel beso superficial una mañana cuando el sol quemaba tus promesas. Era
imposible, lo supe desde que conocí esa mirada con que maquillabas la necesidad
de un amor sin compromiso, de un amor ausente. Era imposible, lo supe desde que
soñé que me dejabas, me alimenté de la pena mientras no estabas, cultivé no el
odio sino un valor frente a la inevitable desazón que me
ofrecía tu indiferencia. Lo sabía, lo supe, lo sé.
Aún detrás de los barrotes de esta
historia mi coraje me empuja a olvidarte, de valentía llevo una insignia que me
impide odiarte y de bastón el triste deseo de llenar el vacío que me dejó tu
ingrata existencia.
El frío de esta piedra me despierta el
corazón. Por las noches me entume el alma tu ausencia. No te odio, dejé el
resentimiento en la jaula de tus promesas. No te odio, es el sol que ha
arrugado la expresión de mi rostro, y hoy en lugar de un beso, después de mucho
tiempo, después de haberlo creído imposible, ha aprendido a decirte adiós.