miércoles, 26 de febrero de 2014

Noviembre se olvidó de los dos


A falta de un sendero recorro un camino de nubes, me estoy apartando del recuerdo de enero, el primer mes.

Me curo de la herida, del dolor de una partida, del olor a despedida, del punto final a una historia de vaivenes como las olas de este mar inquieto, impaciente por llevarme lejos a un nuevo enero, a un libro en blanco donde pueda volver a escribir.

No sé si fui yo el que causó más dolor, no sé si fui el boxeador o el saco de boxeo, noviembre de olvidó de los dos y nos dejó sin febrero, sin el mes de amor, nos quitó la tinta del cajón, sin lápiz a carbón, sin hoja de papel y simplemente escribió fin exterminando para siempre el supuesto horizonte que creímos en enero, un horizonte sin final como el que ahora veo a través de la ventana de un bote en carnaval.

Este camino de nubes no me lleva a ningún lugar, me he olvidado de escoger el destino. El horizonte no me pinta un final, como noviembre para nosotros, ¿puedes ver un final, mi vida? Can you see it? Me neither. Noviembre se olvidó de los dos.

martes, 25 de febrero de 2014

Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos



Yo tenía una casita de colores frente al mar, de travieso me quedaron cicatrices por doquier, mis orejas son muy grandes por los jalones de María, mi madre santa, y las rodillas las llevo negras, por lo mucho que caí.

De mis novias no me acuerdo; fueron muchas, eso sí. Mis cervezas infaltables, mis amigos bienvenidos, y en la soledad de mi casita de colores salía por la noche a quedarme dormido viendo el camino de estrellas que me regalaba Dios.

Que las luchas por la vida, que el amor al barrio eterno, que las novias escondidas, eso era yo; con los botes de Jacinto, del viejo pescador, me iba adentro muy adentro, a buscar pa’ la comida, con la espalda descubierta para decirle al sol que no le temo, que aquí estaba el colorao insolente, el colorao que quería ser negro para gritar más fuerte, para resistir más el alcohol.

Caminaba por la arena quemándome los pies, ay qué iba yo a quejarme, ay qué iba yo a correr, era el macho del puerto, el don Juan, el aquí estoy y vengan que los espero, y yo ahí, mordiéndome por dentro la quemada de las patas tan gastadas de tanto andar, pero valiente, eso sí.

De tanto andar en línea recta, me caí, de tanto andar por el camino me quemé, mi lento andar de ahora me dice que no llegué muy lejos, que esa línea recta que algún día me tracé, sólo deja cicatrices con olor a soledad.

Hoy después de muchos años, sigo con la sábana de estrellas, la que me regaló María cuando aún vivía el viejo de Jacinto con su guitarra y su fogata, ya no ando como antaño, ya ni veo por dónde caminar; si volviera, si sólo volviera unos años, trazaría el camino en zigzag.

miércoles, 12 de febrero de 2014

El sufrimiento es inspiración


 - El dolor es inevitable, y el sufrimiento, recuerdas?
- El sufrimiento es inspiración.

Está de pie frente a la puerta de lo que creía era su hogar. Gira lentamente el pestillo; frente a él un recuerdo lo recibe y de pronto siente aquel dolor… un dolor que huele a soledad. Ha cerrado los ojos y se ha desvanecido, ahora recorre aquellos espacios donde antes habitaron sus risas. Escucha los murmullos de una y otra conversación impregnada en las paredes de un hogar sin nombre, sin dueño, ahora solo pensando en lo que fue y no será. 
Ha visto nuevamente en la ventana el reflejo de una luna caprichosa, en sus mejillas se han materializado unas gotas sin sabor, de pronto, en el mueble donde alguna vez agotó su pasión, se sienta y coge un pedazo de papel, penetra en lo profundo de su alma y con sangre escribe esa frase a la que tanto teme, la lee en voz alta, y sufre, un "te amo" brota de sus labios y se pasea por la habitación en un gas rojo profundo que lo hace sentirse más solo que nunca. Nuevamente se vaporiza y se mezcla con aquel "te amo"; lo repite una vez más y siente aquella presión en el pecho de la que tanto le hablaron y nunca sintió. "Te amo", se repite otra vez y con aquel sonido pasea por cada habitación donde pronunciaba aquella frase frente a una mujer que ahora no está. 
Ha regresado a la ventana, suena de fondo una canción, ha optado por un sufrimiento permanente, siente la historia de aquel poeta y se une en un coro despechado, y de pronto, con una despedida que huele a alcohol, vuelve en si, abre la puerta, va a su habitación y se recuesta al lado de aquella mujer, se envuelve en un miedo infinito y decide vivir albergándolo en el corazón. El coro le recuerda que sigue pasando el tiempo, y él, en respuesta, le regala una lágrima, una lágrima que nunca lo dejará ser feliz.