martes, 25 de febrero de 2014

Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos



Yo tenía una casita de colores frente al mar, de travieso me quedaron cicatrices por doquier, mis orejas son muy grandes por los jalones de María, mi madre santa, y las rodillas las llevo negras, por lo mucho que caí.

De mis novias no me acuerdo; fueron muchas, eso sí. Mis cervezas infaltables, mis amigos bienvenidos, y en la soledad de mi casita de colores salía por la noche a quedarme dormido viendo el camino de estrellas que me regalaba Dios.

Que las luchas por la vida, que el amor al barrio eterno, que las novias escondidas, eso era yo; con los botes de Jacinto, del viejo pescador, me iba adentro muy adentro, a buscar pa’ la comida, con la espalda descubierta para decirle al sol que no le temo, que aquí estaba el colorao insolente, el colorao que quería ser negro para gritar más fuerte, para resistir más el alcohol.

Caminaba por la arena quemándome los pies, ay qué iba yo a quejarme, ay qué iba yo a correr, era el macho del puerto, el don Juan, el aquí estoy y vengan que los espero, y yo ahí, mordiéndome por dentro la quemada de las patas tan gastadas de tanto andar, pero valiente, eso sí.

De tanto andar en línea recta, me caí, de tanto andar por el camino me quemé, mi lento andar de ahora me dice que no llegué muy lejos, que esa línea recta que algún día me tracé, sólo deja cicatrices con olor a soledad.

Hoy después de muchos años, sigo con la sábana de estrellas, la que me regaló María cuando aún vivía el viejo de Jacinto con su guitarra y su fogata, ya no ando como antaño, ya ni veo por dónde caminar; si volviera, si sólo volviera unos años, trazaría el camino en zigzag.

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