Amaneció y la luz lastimó mis ojos. Me sentía muy débil como para levantarme a cerrar la ventana, pero lo intenté; después de un rato logré ubicar mis pies desnudos sobre el piso atiborrado de pastillas de todos los colores, de todos los tamaños, sentí desfallecer y caí como una pluma sobre ellas. Recordé aquellos días felices al lado de mis hijos, sus sonrisas oscilaban en mi mente como una luciérnaga; sus caricias ahora eran como puñaladas en mi conciencia jamás imaginé el dolor que les provocaba con lo que hacía.
Él se los llevó, cómo aceptar a una madre como yo; el amor no es sólo amar a los demás, sino amarse uno mismo y eso lo arruinó todo, no me amaba, ese fue el fin.
Seguían los recuerdo pasando como película en mi memoria, cada uno lograba que la tristeza me matara lentamente y humedeciera mi rostro en forma de gotitas saldas. Todo empezó a nublarse, veía el doble de pastillas, el doble de jeringas, de ligas, de toda esa basura que me arrebató lo mejor que tenía, lo que traje al mundo y también con quien compartí la mayor parte de mis alegrías y tristezas.
Busqué una razón, volaban muchas en aquella habitación, pero ninguna valía la pena, quería culpar a alguien, justificar mi error antes de irme para siempre y después de tanto tratar no tuve más remedio que admitir mi culpa, sólo yo era la responsable de todo lo perdido y de la nada que había ganado.
Vislumbré los momentos de éxtasis que para mí eran una maravilla y me sentí morir, deseaba nunca haber existido y no haber dañado a tanta gente.
Seguía allí, tirada como un estropajo sucio sobre basura en aquella habitación, sabía que pronto acabaría y me arrepentía con todo mi ser no haber hecho nada por cambiar, no pensé en nadie, mucho menos en mí, no me amé y cómo podría haber amado a los demás. En ese momento sentí que lo poco que valía iba desapareciendo como el humo de mi cigarrillo en la atmósfera de aquellos años. Hasta ahora tenía los ojos abiertos y son tener más fuerzas para mantenerlos así iba perdiendo las imágenes, mis párpados caían muy pesadamente, estaba en posición fetal, aquel cuadro era desgarrador. Algo me decía que ya era demasiado tarde, mi parte material ya no aguantaría el paso de otro día más; en ese momento sólo deseaba decirle que los amo y se los dije una y otra vez, hasta que me fui para siempre.
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