viernes, 27 de septiembre de 2013

Suspiro


Suspiro de limeña mazamorrera, de dulce color del vino, de postre para comer y llevar, hoy y siempre, tapada de antaño, destapada de ahora, de esta noche que espera al sol para abrigarla, de este momento en una barra con una botella cómplice jugando con la copa, mojando, inundando, colmando mientras yo, igual, mojado, inundado y colmado de tus recuerdos, de una frase perenne, de la imagen multicolor en mi pantalla, fondo de cristal líquido, tapiz rouge de circo, de una noche que no es esta, en la que hubo sofá, bossa y vino. La nostalgia de saberte lejos, saudade. Pensamiento fugaz hasta que la música se apague y nos llegue el silencio, hasta que el vino se acabe y fluya el sentimiento, hasta que el sofá ceda para acogernos, entonces ceden también botones, cierres y pasadores, caen las prendas, caemos rendidos, cae la botella sobre la copa y la rompe, un crash con tintineo, una vuelta al ahora, vuelta y media y despedida, good bye my lover, adiós mi amor, a Dios le pido que te vaya bien, a Dios rogando y con el mazo dando, adiós que aquí me quedo, en la barra, en el bar, con el sabor de tus labios, el recuerdo de la última gota y la copa rota.

FM

Jueves




Siento un frío en el pecho y ardor en la nariz, cuesta respirar en esta ciudad. Me he levantado de un sueño en que por fin levantaba vuelo, por fin, luego de estar varado lejos de ti. Camino hacia el lienzo que me trasporta, llevo los dedos empapados de azul, como ese cielo que te veía caminar una tarde por Cancún. Cielo, te veía, superficie, altitud. Arriba, azul arriba para seguir viendo ese acompasado andar.

Recordarte tan altiva me ha excitado, se ha encendido el rojo pasión guardado para nuestro próximo encuentro, te veo venir con el camisón que guarda todas nuestras noches y esconde todos tus pecados, suavemente tiras del cinturón y al compás con tus labios se entreabre el camisón y deja ver, para mí, sólo para mí, un cuerpo del que emana el deseo por una noche de reencuentro, sólo para dos, esta vez para dos. Rojo, rojo pasión, son gotas de sudor las que nos delatan, gotas circulares, voy grabando algunas gotas en el lienzo, un lienzo con sabor a amor.

Formo tu perfil con ese rojo, porque amor eres tú, porque pasión eres tú, e inevitablemente al verme aquí sin tu cuerpo sobre el mío me invade el miedo. Sé que volveremos a vernos pronto, lo sé, pero estoy aquí, tratando de vivir de esos recuerdos, conversando con la melancolía mientras vuelves, y me siento solo, negro, oscuro, tristemente oscuro como todos los jueves.

Con ese negro voy dando forma a tu rostro, al rostro que dentro de poco no podré dejar de mirar. Me he enamorado incluso de la ausencia que dejas al partir una y otra vez. Odio los domingos, odio amanecer extrañando tu cuerpo y viviendo con la esperanza de un viernes en que te vea volver.

Te he retratado, morena, te he retratado con la mirada triste como anhelando que estés igual que yo, sola, con la melancolía frente a ti reclamándome, a ver si un día la palabra adiós deja de existir entre nosotros, y un jueves pueda amanecer contigo, tirar al tacho la pintura de la morena triste y dar una nueva forma a nuestras vidas.

Te he retratado triste, porque en el fondo, quiero que me extrañes más que yo, a ver si un día dejas de partir y vuelves a nuestra historia para dos.

Volcán de chocolate




Ubinas, Misti, Etna, Karakatoa, todos llegan a mi mente, nevados, con una bufanda blanca, un deshielo de hace siglos, un vestigio y una llamarada que se fue pero volverá, como en la canción, porque todos vuelven, vuelve la lava, vuelve el humo blanco, habemus papa, habemos y permanecemos. Te lo dije, seguimos y seguiremos y hasta regresaremos porque, insisto, todos vuelven y nosotros aquí, frente a un volcán de chocolate, frente a un dulce deseo, a una tentación de a dos, de esas de locura en un restaurante de locos, como su nombre,  como nuestro encuentro. No debimos. No deberíamos ni beberíamos, pero lo hicimos y lo haremos, porque siempre volvemos, siempre es como el nunca que no se debe decir pero que pasa. Hoy, como ayer, estamos, permanecemos, quedamos y vueltos al mismo lugar, vueltos y envueltos entre sábanas, en la sabana bajo el volcán, en un desierto y un dessert de chocolate, un postre para los dos, para este reencuentro en el que la cuchara rompe, cava, deja que el líquido marrón se derrame, al igual que mi lágrima que cae sin fin, sin retorno, sin ti. La cuchara coge, recoge, deja que el líquido marón la inunde, al igual que mis pensamientos que emergen, que regresan a ti. La cuchara avanza, se desplaza, surca el espacio hacia su destino final, al igual que lo he hecho hacia ti. La cuchara ingresa, se introduce en mi para dejarme el sabor final, el recuerdo de ti, de un beso de chocolate, de un kiss con mensaje, de un retorno, un círculo vicioso, un vicio circular, una fragancia amarga, bitter, erupción total, destrucción masiva, idas y venidas de cucharas, gotas de lava cayendo, manchando, untándome el cuerpo, marcando el alma, aletargando el deseo, perdurando el encuentro de las seis.

FM

viernes, 20 de septiembre de 2013

No esta noche


Suena fuerte esa canción que adora desde que la escuchó, odia la letra, pero aún así la canta. Enciende un cigarrillo, bebe un sorbo de la cola que sacó del refrigerador, una de esas de colección que poco a poco llena su cocina. Le ha provocado llorar, recuerda tener algunos tragos en el bar y mientras voltea, aquella letra la motiva, "y en busca de un lugar para llorar..." se pone de pie, coge el ron rubio que el día anterior la ayudó a bailar, prepara una cuba libre, porque nunca aprendió a beberlo solo, al contrario de ella, que se consume sola noche tras noche.

Repite la canción, ha programado una nueva noche para sufrir, bebe un sorbo de la cuba libre lentamente, sus labios se enfrían al contacto con el vaso de ron, al beber un sorbo una gota del trago resbala por sus labios, se combina con una lágrima que la hace defender su posición, "no estoy llorando, es una gota de la cuba que se derrama, que me invade, que se mezcla en este poema para matar la letra de esta canción. No estoy llorando, es el frío de la bebida que hace sudar el vaso y moja mis manos, no estoy llorando, es el temblor por el frío que entreabre mis labios y deja caer una gota de este alcohol. No estoy llorando, no estoy viva, no esta noche, esta noche no pude detener la canción".


Casita


Había olvidado mirarla mientras dibujaba, estaba entretenido con las noticias que lo absorbían cada mañana, mientras tomaba un café. Al voltear hacia ella vio en aquel papel la casa que había dejado meses atrás, una casita que su hija le recordaba en la mesa del desayuno, mientras él vaciaba sus recuerdos con cada noticia de un lugar nuevo, al que el trabajo lo había obligado a querer.

Vio los colores del dibujo y revivió las emociones al llegar allí por primera vez, ella, Micaela, no existía, apenas era una idea que poco a poco se forjaba en el corazón de esos jóvenes soñadores, apenas era entre un sueño y un miedo, entre un deseo y una ilusión, apenas era un nombre, pero era, al fin y al cabo.

Tomó otro sorbo de café, Micaela le alcanzó el dibujo de la casita de sus sueños, de la casita donde nació. Al recibirlo, él pudo verla entrar en ella, correr a los brazos de mamá, gritar a viva voz que llegaba a casa, que la quería, y pudo escucharla correr por el deseo de ser el centro de atención como todas las tardes para ellos dos.

Creyó que sería bueno regresar, lo creyó; pero el volumen del televisor lo hizo abandonar aquella idea, lo hizo soltar aquella casita retratada con un deseo inocente, oculto, secreto que tenía Micaela, que tenía su pequeña de ser para él la razón de sus tardes, su centro, suya al fin.


Ojos


Cerró los ojos por si su recuerdo caprichoso volvía a él y la sentía nuevamente suya, apretó los párpados para atraparla en su presente y reprocharle con creces su partida, se había ido, había volteado la mirada y dándole la espalda le lanzó un fulminante adiós.

Abrió los ojos y la pena materializada en una lágrima amarga rodó por su mejilla, la que temblaba cuando intentaba sonreír, como llamándole la atención por atreverse a intentar ser feliz. Él, desafiando su destino, lo seguía intentando cada vez que creía haberla olvidado, cada vez que creía haber superado ese lejano adiós que ahora lo tenía tan nítido en la mente.

Volteó la mirada, la creía ver caminando por el césped fuera de casa, las huellas de los años se habían borrado, ya no era la mujer mayor que lo dejó, era la joven de la que se enamoró un día, la primera a la que tímidamente le dijo Te amo, y a quién por primera vez la escuchó decirlo para él. Era la primera mujer a quien besó los ojos, y con quien se dejó caer en el deseo oculto de un cuerpo entregado al amor.

Volteó la mirada, aquella imagen era demasiado para un presente en blanco y negro, creía soñar todos los días, la realidad era cada vez más confusa, en ocasiones no sabía distinguir si en verdad su mujer había partido. Se secó las lágrimas, tenía los ojos desangrados de tanto intentar impedir los recuerdos que le arañaban el alma, que le recordaban que cometió aquel desaire que finalmente lo dejó en soledad, que le puso el Fin a su historia, y que por más que cierre los ojos, nunca podrá olvidar.

Perfecta compañera somnolienta


Es la hora de dormir, es la hora de la noche en que los párpados de la gente común se cierran a soñar cosas bonitas, o sencillamente cosas que jamás recordarán. Es de noche, el cielo se viste de plata, con la luna llena, es un cielo de sierra que llora la distancia que nos separa, es un cielo que grita porque estás lejos, y me reprocha con una estrella fugaz que no estás, y que no volverás. Y pienso, ¡y qué!
Es de noche y la gente buena duerme, la gente que no tiene nada pendiente, los demás, como yo, no sabemos qué es soñar, la gente como yo usa esta noche para pensar; inevitablemente la nostalgia de la soledad me visita, y se sienta a mi cama a conversar. La maldita nostalgia me recuerda tantas cosas, y yo sin poder evitarla,  tan siquiera la escucho y me burlo de ella, porque cree que aún te quiero, porque cree que he muerto con tu recuerdo grabado en mis pupilas, y por eso viene a mí todas las noches. He resuelto prender un cigarrillo, prepararme un café y mirar por el balcón. A ver si un día se aburre de mi indiferencia y se marcha contigo.
Los gatos hacen un ruido espantoso, infieles mascotas dueños de una noche repetida, noche expuesta a la suerte de los que no dormimos, a la suerte del insomnio caprichoso de mi juventud. Este insomnio aún no ha entendido mi adiós, creo que es un fiel compañero de mi desazón, de mis dudas, de mis ansias de partir. No a dónde estés, aclarando, sino lejos de todo, incluso de mí.
El humo de mi cigarrillo vuela hacia ese cielo que reprocha mi estado de alerta. Con una canción que huele a despedida logro hacer que me perdone, he tenido que aprender esa canción durante meses, porque la olvidaba cada día creyendo no necesitarla. Ese cielo tendrá que acostumbrarse a este ser vagabundo hasta que sepa lo que es dormir.

Dormir, llegué a odiar el estado en el que vienen a ti tantas imágenes, más aún cuando son de angustia, porque no han sido más que presagios de fugaces partidas a Dios, de dolor al despertar, de verdades inevitables y una vez más te duele la distancia. He odiado dormir, porque te hace ver más real tu vida, porque en ese momento no logras hacer lo que debes hacer y mucho menos al abrir los ojos y duele. Por eso, noche, te he obligado a verme aquí, en el balcón, con mi taza de café frío, como yo, y con este cigarrillo con el que muero día a día. Te regalo unas horas más, noche, te regalo unas breves palabras y el aullido de estos infieles invasores de mi silencio, a ver si un día me regalas un sueño bonito que me invite nuevamente a soñar. Te regalo unas horas más, a ver si logras que al cerrar los ojos, luego de unos minutos, unos surcos se formen tenuemente en mi rostro, una mueca similar a una sonrisa, sólo allí podrás decirme adiós, sólo allí te diré adiós también, querida confidente somnolienta.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

En la risa y el silencio


Apenas unos pasos me separan de ti, te veo a lo lejos y de pronto una sensación extraña me invade en el pecho. 
Me detengo, tu figura a la distancia me invita a iniciar una historia, y no quiero. Entiendo que lo que me invade es el miedo. 
Estoy a unos pasos de ti, no te has dado cuenta que te estás grabando en mis retinas y en mis recuerdos, aún en el silencio que existe entre nosotros puedo oír tu risa, puedo sentir tu abrazo, ese que me dice hola, y que inevitablemente me dice adiós.
Aparto la mirada de tu existencia, me escudo en la pantalla de un aparato que poco a poco se apodera de mí, quiero ver si a través de este cristal sigo sintiendo el miedo de acercarme, o quizá es frío, o quizá mi amor a la soledad, a esa soledad de la que poco a poco me he ido apartando, con el mismo miedo con que ahora estoy parado mirando el horizonte, mirando tu existir.
El caprichoso aparato ha querido también mantenerte para sí, se ha grabado en su memoria aquella postura con que me esperas, con que cuentas los minutos para una hora previamente pactada, inquebrantable, las 12, y sin quererlo falta apenas un minuto. Cuánto tiempo estuve así, no lo sé, sólo sé que dar un paso es lo siguiente, y encontrarte para darte un beso, habiendo olvidado la flor, y quizá escuchar un regaño por hacerte esperar, aun cuando sabes que jamás lo hago y jamás lo haré.

Me acerco, estás tan distante mientras camino hacia ti, pero de pronto al sentir mi dedo en tu hombro regresas, y vuelves a ser aquella mujer que con una sonrisa vuelve a ser parte de mí, volvemos a ser nosotros, volvemos a ser aquellos que disfrutan igual de una risa y del silencio, hasta nuestro próximo adiós.