viernes, 20 de septiembre de 2013

Perfecta compañera somnolienta


Es la hora de dormir, es la hora de la noche en que los párpados de la gente común se cierran a soñar cosas bonitas, o sencillamente cosas que jamás recordarán. Es de noche, el cielo se viste de plata, con la luna llena, es un cielo de sierra que llora la distancia que nos separa, es un cielo que grita porque estás lejos, y me reprocha con una estrella fugaz que no estás, y que no volverás. Y pienso, ¡y qué!
Es de noche y la gente buena duerme, la gente que no tiene nada pendiente, los demás, como yo, no sabemos qué es soñar, la gente como yo usa esta noche para pensar; inevitablemente la nostalgia de la soledad me visita, y se sienta a mi cama a conversar. La maldita nostalgia me recuerda tantas cosas, y yo sin poder evitarla,  tan siquiera la escucho y me burlo de ella, porque cree que aún te quiero, porque cree que he muerto con tu recuerdo grabado en mis pupilas, y por eso viene a mí todas las noches. He resuelto prender un cigarrillo, prepararme un café y mirar por el balcón. A ver si un día se aburre de mi indiferencia y se marcha contigo.
Los gatos hacen un ruido espantoso, infieles mascotas dueños de una noche repetida, noche expuesta a la suerte de los que no dormimos, a la suerte del insomnio caprichoso de mi juventud. Este insomnio aún no ha entendido mi adiós, creo que es un fiel compañero de mi desazón, de mis dudas, de mis ansias de partir. No a dónde estés, aclarando, sino lejos de todo, incluso de mí.
El humo de mi cigarrillo vuela hacia ese cielo que reprocha mi estado de alerta. Con una canción que huele a despedida logro hacer que me perdone, he tenido que aprender esa canción durante meses, porque la olvidaba cada día creyendo no necesitarla. Ese cielo tendrá que acostumbrarse a este ser vagabundo hasta que sepa lo que es dormir.

Dormir, llegué a odiar el estado en el que vienen a ti tantas imágenes, más aún cuando son de angustia, porque no han sido más que presagios de fugaces partidas a Dios, de dolor al despertar, de verdades inevitables y una vez más te duele la distancia. He odiado dormir, porque te hace ver más real tu vida, porque en ese momento no logras hacer lo que debes hacer y mucho menos al abrir los ojos y duele. Por eso, noche, te he obligado a verme aquí, en el balcón, con mi taza de café frío, como yo, y con este cigarrillo con el que muero día a día. Te regalo unas horas más, noche, te regalo unas breves palabras y el aullido de estos infieles invasores de mi silencio, a ver si un día me regalas un sueño bonito que me invite nuevamente a soñar. Te regalo unas horas más, a ver si logras que al cerrar los ojos, luego de unos minutos, unos surcos se formen tenuemente en mi rostro, una mueca similar a una sonrisa, sólo allí podrás decirme adiós, sólo allí te diré adiós también, querida confidente somnolienta.

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