Es la hora de dormir, es la hora de la noche en que los párpados de la
gente común se cierran a soñar cosas bonitas, o sencillamente cosas que jamás
recordarán. Es de noche, el cielo se viste de plata, con la luna llena, es un
cielo de sierra que llora la distancia que nos separa, es un cielo que grita porque
estás lejos, y me reprocha con una estrella fugaz que no estás, y que no
volverás. Y pienso, ¡y qué!
Es de noche y la gente buena duerme, la gente que no tiene nada
pendiente, los demás, como yo, no sabemos qué es soñar, la gente como yo usa esta
noche para pensar; inevitablemente la nostalgia de la soledad me visita, y se
sienta a mi cama a conversar. La maldita nostalgia me recuerda tantas cosas, y
yo sin poder evitarla, tan siquiera la
escucho y me burlo de ella, porque cree que aún te quiero, porque cree que he
muerto con tu recuerdo grabado en mis pupilas, y por eso viene a mí todas las
noches. He resuelto prender un cigarrillo, prepararme un café y mirar por el
balcón. A ver si un día se aburre de mi indiferencia y se marcha contigo.
Los gatos hacen un ruido espantoso, infieles mascotas dueños de una
noche repetida, noche expuesta a la suerte de los que no dormimos, a la suerte
del insomnio caprichoso de mi juventud. Este insomnio aún no ha entendido mi
adiós, creo que es un fiel compañero de mi desazón, de mis dudas, de mis ansias
de partir. No a dónde estés, aclarando, sino lejos de todo, incluso de mí.
El humo de mi cigarrillo vuela hacia ese cielo que reprocha mi estado de
alerta. Con una canción que huele a despedida logro hacer que me perdone, he
tenido que aprender esa canción durante meses, porque la olvidaba cada día
creyendo no necesitarla. Ese cielo tendrá que acostumbrarse a este ser
vagabundo hasta que sepa lo que es dormir.
Dormir, llegué a odiar el estado en el que vienen a ti tantas imágenes,
más aún cuando son de angustia, porque no han sido más que presagios de fugaces
partidas a Dios, de dolor al despertar, de verdades inevitables y una vez más
te duele la distancia. He odiado dormir, porque te hace ver más real tu vida,
porque en ese momento no logras hacer lo que debes hacer y mucho menos al abrir
los ojos y duele. Por eso, noche, te he obligado a verme aquí, en el balcón,
con mi taza de café frío, como yo, y con este cigarrillo con el que muero día a
día. Te regalo unas horas más, noche, te regalo unas breves palabras y el
aullido de estos infieles invasores de mi silencio, a ver si un día me regalas
un sueño bonito que me invite nuevamente a soñar. Te regalo unas horas más, a ver
si logras que al cerrar los ojos, luego de unos minutos, unos surcos se formen
tenuemente en mi rostro, una mueca similar a una sonrisa, sólo allí podrás
decirme adiós, sólo allí te diré adiós también, querida confidente somnolienta.
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