Se anda
diciendo de mí, que camino por las calles invadidas de raíz, que son mis
lágrimas las que dejan el matiz de oscuridad por las veredas de tu pasado, el
renombrado, el de maceta, el azul blue, que mis cabellos vagan por las bancas
de un sueño fresco, que los pájaros abandonaron el nido de aquel último verso,
que los vecinos de nuestros besos ya no nos oyen latir.
Se anda
diciendo por ahí, que las tardes no son tardes desde que te vi partir, que mis
hojas llevan letras que nadie lee, besos que nadie añora, gotas tristes que
nadie seca y siempre un hombro ausente, un adiós presente, un hasta siempre
amor que no es amor; una oda a la hoja vagabunda, un respiro con olor a
humedad, un suspiro sin piedad, un recuerdo casi deprimente, un sueño en mente,
una venida dolorosa, inalcanzable y una resignación intolerable, pero certera,
como mi muerte.
Andan diciendo
por ahí, que el amarillo de la ventana malcriada ha dejado de latir, que las
hojas han caído allí mismo donde cayeron tus promesas maltrechas, que la mesa
ha querido escapar por el espacio que dejaron tus verdades a medias y se ha
quedado en la ventana a ver si un día decido volver, creyendo nuevamente,
llorando nuevamente, naciendo nuevamente a ver si vuelvo a sentarme al pie de
la ventana a cantarte las mismas canciones de amor.
Una historia
de partidas, de despedidas, de historias continuas que terminan y terminan y
vuelven a empezar. Una historia de adioses, de Dioses, de sueños de caminata,
de verde esperanza y amarillo atardecer. Una historia donde crees que te quiero
porque te quise, una historia donde crees que vuelvo porque me fui. Una
historia donde este loco ya no llora por esa loca, donde mi sueño en tu cama no
desemboca, donde mis letras ya no hablan más de ti.